Un sacerdocio misericordioso

Un sacerdocio misericordioso

 

 

Sem. Mario Enrique Figueroa Flores
2º de Configuración

 

 

Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado (Hb. 4, 15).

 

Tenemos un sumo sacerdote y este es el Señor Jesucristo, el cual, siendo Dios, asumió nuestra naturaleza humana completa para llevar a cabo la salvación de la humanidad entera, lastimada por el pecado y condenada a la muerte. Dicha salvación solamente era posible si se hacía desde la misma naturaleza humana, como dice san Ireneo de Lyon: lo que no es asumido no es redimido, por eso el Verbo eterno de Dios se revistió de ella.

 

Toda la Carta a los Hebreos nos habla de la dignidad sacerdotal de Jesucristo, pero hemos comenzado con una cita donde la palabra clave es compadecerse, pues el Hijo de Dios que se emparentó con nuestra carne mortal quiso hacerse uno de tantos (cfr. Flp. 2, 7) para salvar al hombre entero, de modo que quién podría entendernos mejor sino Aquél quien se dignó experimentar lo mismo que nosotros experimentamos, sentir lo que sentimos y sufrir lo que sufrimos.

 

Dios Creador no quiso abandonarnos al poder de la muerte, al contrario, quiso darnos una vida eterna; no nos ha hecho seres para la aniquilación sino para el amor y Dios es amor, es decir, hemos sido hechos para estar eternamente con Dios, nuestro Padre. Por esa dignación suya, quiso enviar a su Hijo para que a través de su vida, muerte y resurrección también nosotros fuéramos hechos hijos suyos. Por este Hijo, constituido sumo sacerdote, nosotros obtenemos la salvación y somos constantemente santificados por Él que está a la diestra de Dios Padre e intercede por nosotros como ese sacerdote compasivo y digno de confianza, pues Él es capaz de compadecerse de nuestras flaquezas.

 

Continúa la Carta a los Hebreos: Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y encontrar el favor de un auxilio oportuno (4, 16). Estas palabras son una invitación a la confianza en el Hijo de Dios, en el sumo sacerdote que nos da toda salvación, pues Él ha sido quien ha elevado el único sacrificio eficaz que realiza una nueva creación. Por tanto, por este sumo sacerdote podemos invocar a Dios e implorar en favor nuestro el auxilio divino, pues este sumo sacerdote también nos ha dicho: pidan en mi nombre y yo se lo pediré a mi Padre (Cfr. Jn. 16, 26).

 

Por eso, queridos hermanos, los invito a acercarnos al trono de la gracia, para recibir el perdón de los pecados y la vida nueva que viene de Dios. Convirtamos nuestros corazones a Dios y revistámonos de buenas obras para hacernos más semejantes a nuestro redentor y sumo sacerdote, Jesucristo. Sin temor, acerquémonos, invoquémoslo y refugiémonos en Él, para recibir misericordia y ser arropados con el auxilio divino, pues recordemos que Él nos entiende mejor que nadie, ya que ha sido probado en todo como nosotros; por eso, es el sumo sacerdote que nos conviene.


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