La Cruz, nuestra única esperanza
Sem. Santiago Adame Alemán
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Cuando escuchamos el relato de la Pasión de Nuestro Señor, presenciamos la crónica de una muerte violenta. Es la mirada más común. Jesús mismo tuvo que preparar a sus discípulos para que entendieran el sentido profundo de la Cruz; así lo narra San Juan, la presenta no como algo horroroso, sino como el momento de la máxima glorificación.
Hoy los invito a reflexionar, de la mano de San Juan, sobre la Santa Cruz, admirándolo como un momento glorioso. Meditemos sobre el momento en el que Jesús anuncia a sus discípulos su glorificación por la muerte, narrada en Juan 12, 23-28. Comencemos con los versículos 23b-24: “Ha llegado la hora de que el Hijo de hombre sea glorificado. En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto.”
Jesús vincula la glorificación con la muerte, una muerte fructífera. Jesús tiene claro este paso, sabe que hay que entregar la vida y lo ve como algo bueno; incluso invita a sus discípulos, a quienes ama y para quienes quiere lo mejor, a hacer lo mismo. Esto podemos verlo en los versículos 25-26: “El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.”
¿Cómo se presentó Jesús ante este momento? De inicio con angustia, como lo vemos en su oración en el Getsemaní. Miremos este pasaje paralelo y veamos su proceso de aceptación de la voluntad divina. Continúa el versículo 27-28, del capítulo 12: “Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora precisamente para esto! Padre, glorifica tu Nombre. Vino entonces una voz del cielo: ´Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré´.”
En este anuncio y en la oración en el huerto vemos los mismos elementos: 1) Angustia ante la hora que se acerca: mi alma está turbada. 2) Súplica de liberación: Padre, sálvame de esta hora. 3) Lucha interior: ¿Qué diré …? Pero si he llegado a esta hora para esto. 4) Aceptación de la voluntad divina. El objeto de la súplica se transforma. La oración termina: Padre, glorifica tu Nombre.
El nombre del Padre es glorificado por la aceptación voluntaria del Hijo del sacrificio señalado por el Padre. Vemos aquí que Juan llama a la Cruz y a la muerte de Cristo: gloria. He elegido este texto porque ejemplifica muy bien la tensión y el progreso interior que se da en Jesús, que camina desde el deseo natural de ser librado de la muerte hasta la plena conformidad con la voluntad de Dios. Para esto ha venido, aquí encuentra su realización el milagro de la Encarnación, que tendrá su culmen en la Resurrección.
El sentido de la vida, según nos enseña Jesús en esta breve oración, es entregar la vida por amor a Dios y a los demás. Esto no está exento del miedo, pero ¿dónde pondremos nuestra esperanza si no en Jesús, Nuestro Señor, que nos ofrece la vida verdadera y es veraz para cumplir lo que ofrece? ¡Felices pascuas de Resurrección! ¡Ánimo firme, viva la Cruz!