Con su Ascensión el Señor nos recuerda que la meta es el cielo
Sem. Roberto Hanss Rosas Vélez
Etapa de Discipulado
Al final de su Evangelio, san Lucas narra el acontecimiento de la Ascensión de una manera muy sintética. Jesús llevó a los discípulos “hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios ” (24,50-53).
Dice en una homilía uno de los Padres de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, que Jesucristo «podía haber ascendido en secreto y no públicamente. Pero, así como tuvo por testigos de su resurrección los ojos de sus discípulos, así también constituyó a estos mismos testigos oculares de su elevación”.
Una cosa admirable, no encuentro otra manera de describir la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos. El Salvador vino y viniendo trajo al Espíritu Santo, y al regresar llevó consigo a lo Alto el cuerpo santo: «Habiendo tomado nuestra condición humana, la elevó a la derecha de la gloria de Dios» (Canon Romano).
Nosotros debemos tener claro en nuestra vida cristiana que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su voluntad, incluso cuando requiere sacrificio, y requiere a veces cambiar nuestros planes. La Ascensión de Jesús ocurre concretamente en el Monte de los Olivos, cerca del lugar donde se había retirado en oración antes de su Pasión para permanecer en profunda unión con el Padre: una vez más, vemos que la oración nos da la gracia de vivir fieles al proyecto Dios.
Queridos hermanos y hermanas, la Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él está vivo entre nosotros de una manera nueva; no está en un preciso lugar del mundo, ahora está presente en todo espacio y tiempo, junto a cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos; tenemos este abogado que nos espera, que nos defiende. El Señor crucificado y resucitado nos guía. Con nosotros hay muchos hermanos y hermanas que, en el silencio y la oscuridad, en la vida familiar y laboral, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto con nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, ascendido al Cielo.